jueves, 17 de septiembre de 2015

Ni un paso mas

Pablo, nombre común para un hombre común, de esos que camina en la calle y pocos notan su presencia, hoy no sería así, porque se vestía con una camisa nueva, que ocultaba muy bien su ya prominente barriga, unos pantalones caros que compró especialmente para esta ocasión porque ella le había dicho "Pablo esos pantalones te deben quedar muy bien a ti"; sacó el calzado de cuero que no acostumbraba a usar, se colocó el reloj, esparció abundante cantidad de perfume por todos lados de su cuerpo y se colocó los lentes, limpios, casi como nuevos.

¡Listo! Ahora solo necesito las flores y el estuche con el anillo - Le dijo a su imagen en el espejo luego de haber terminado de peinarse el poco cabello que le quedaba.

Abrió la puerta del pequeño apartamento, una ráfaga de aire le sorprendió, era fresco y oloroso a naturaleza, era una de las cosas buenas de vivir cerca del cerro El Ávila, también quedó cegado por la luz de la mañana, que le dio de lleno en el rostro, iluminándolo, haciendo que resaltara la belleza que da el sentirse bien, alegre, emocionado por el futuro planificado, hoy era el día que se le declararía a María. Salió y cerro la puerta con doble llave. Caminó por el pasillo, erguido, sacando pecho, con el estuche del anillo en una mano, un ramo de rosas de color rosa pálido en la otra, casi tropieza con su vecina, la señora de edad madura que caminaba cabizbaja refunfuñando por el alto costo de la vida, lo mira y automáticamente cambia la expresión al verse invadida de la alegría y resolución de Pablo, le sonríe y saluda, y le bendice. Este es el día de Pablo, y el mundo lo sabe.

"No, autobús no, que va, no voy a arruinar esta bonita pinta que tengo hoy, ni en autobús ni en metro, hoy pagaré un taxi." - Pensaba mientras salía del edificio.

Y tomó un taxi, le dio instrucciones de llevarlo al centro comercial donde se había citado con María. Hacía buen tiempo, no había mucho tráfico. Era un día perfecto. No le tomó mucho tiempo llegar. Descendió y pagó al conductor que correspondió su enorme sonrisa con otra, su felicidad era contagiosa, no tenía nervios, estaba seguro de lo que hacía y del resultado que obtendría. Se detuvo frente a la puerta de cristal del centro comercial, está se abrió ante su presencia sin ruido alguno, una voz femenina, atona, le dio la bienvenida. Volvió a sacar pecho, en la placita del centro estaría ella, esperándolo, luego le daría las flores, y se arrodillaría para pedirle que fuera su esposa, ahí en el centro de todo, porque quería que todos supieran cuanto la amaba, quería gritarlo a los cuatro vientos.

María estaba radiante, de pie vestida de azul claro que resaltaba el color de su piel, el cutis terso y la nariz ancha que desentonaba con el resto, pero para Pablo era perfecta, avanzó hasta maría, ella lo vio venir y le sonrió, ya frente a ella le corresponde con otra sonrisa, luego le muestra el ramo de rosas, ella lo recibe y su piel toma el tono de las flores, aspira su aroma, casi enterrando su rostro en el ramo, cuando lo retira ve que está de rodillas, ella contuvo un grito, que empezaba a brotar de su garganta y abraza con fuerza el ramo, aplastándolo contra su pecho. Pablo empieza a hablar con voz firme y segura:

- María, amor de mi vida, mi cielo, mi sol, mi luna, mi ahora y mi mañana. ¿Quieres ser mi ... - pero no pudo terminar, porque de repente, como una fuerte ráfaga de viento, como si un hombre obeso lo hubiera tropezado, algo lo empujó y cayó de costado haciendo que la pequeña cajita con el anillo saliera despedida de su mano. Tratando de componerse, enojado, avergonzado, levanta la vista para darse cuenta que, ahí entre ellos estaba un cochecito con un bebé dentro, y un hombre de mediana edad abrazándolo, se oía un infante llorando, la chaqueta del hombre estaba chamuscada por la espalda, parecía inconsciente. Del otro lado María estaba en choque, aferrada al ramo de rosas. Pablo se levanta dispuesto a recuperar el momento, toca el hombro del sujeto que abraza al coche y logra observar al niño en su interior, solo, desvalido, necesitado de auxilio y protección.

- Yo te protegeré - dijo en voz alta, inmediatamente pensó, "¿que coños estoy diciendo? No conozco a este niño"
- ¡Pablo! - le llamó María con cara de incredulidad - ¿que haces?

Pero él estaba ya arrodillado al pie de coche, asomándose en su interior, con cara de enajenado, haciendo muecas al bebé.

De la nada han aparecido cinco hombres, todos vestidos de elegantes trajes, cada uno de un color distinto, todos con lentes oscuros, los rodean, Pablo los mira.

- Ninguno de ustedes tocará a este niño hoy, el que de un solo paso sufrirá mucho.

Uno de los hombres de traje azul claro, hizo caso omiso de la advertencia de Pablo, avanzó hacia el bebé, no había dado un paso completo cuando un terrible chillido metálico retumbó en el amplio salón del centro comercial, una de las delgadas vigas que servía de soporte para el techo ornamental se rompió, calló y atravezó al hombre desde la cabeza hasta mas abajo de la cintura, clavándolo al suelo, aún vivo temblaba y sus ojos estaban desorbitados del dolor por un breve instante de tiempo, luego para él todo acabó.

María dio un grito de horror que sacó a Pablo de su trance, al ver a María histérica se levantó y la agarró de la mano, aprovechando el estado de estupor de los otro cuatro hombres para escabullirse, dejando al bebé con el individuo de ropas quemadas, que empezaba a recuperar el conocimiento, al ver los hombres de traje abraza mas fuerte el cochecito, el niño empieza a llorar, una nueva ráfaga de viento luego el hombre y el coche ya no estaban, para asombro de los otros de traje, frente a ellos su objetivo había desaparecido, el tipo de blanco, boquiabierto caminó distraidamente hacia el lugar donde antes había estado el coche y el bebé, gritos de mujeres se escucharon en el centro comercial, se oía un ruido como cuando la lluvia cae, el hombre de blanco siente un escalofrío que le recorre la espalda y observa como miles de ratas empiezan a rodearlo provenientes de todos los rincones del centro comercial, atravesando por entre los pies, la muchedumbre que se había agolpado para ver lo que sucedida, solo se escucharon los gritos del hombre por breve momento mientras la ratas lo cubrían.

Ningún otro tipo de traje quiso dar ni un paso mas.


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