lunes, 10 de junio de 2013

Sicario

   Sentado en la acera frente a su casa, en un barrio pobre de Bogotá, sosteniendo una serpiente muerta en las manos estaba Jairo, un joven blanco de cabellos muy negros y rostro salpicado de acné, estaba llorando, el animal lo había acompañado desde que tuvo que abandonar la pequeña granja de su familia. Jairo recordaba como había conseguido esa serpiente; fue cuando iba por el camino que va desde el pueblito hasta esta ciudad fría y plana, entonces le acometieron unas terribles ganas de orinar y se salió a un lado del camino, para ocultarse detrás de unos matorrales, cuando estaba desabrochando el cinturón del pantalón, la casualidad hace que mire a un lado y se percate de que había una serpiente en actitud amenazante a punto de asestar su mordida.

- Vea, no se le ocurra morderme, que capaz la que muera envenenada sea usted. - le dijo con un tono casual y tranquilo como el que le habla a un amigo. Y la serpiente no le mordió, bajó la cabeza y parecía mirarle con atención; al terminar se subió los pantalones y observó la serpiente por un rato, luego sin saber porqué le extendió la mano y el reptil trepó por su brazo y se escondió debajo de la manga de la camisa, y ahí quedó quieta disfrutando del calor del que pudo haber sido su victima. Pero de eso ya han pasado mucho años y muchos muertos.



  El ruido de la puerta de la pequeña casa de ladrillos y madera le hizo salir de su ensimismamiento. La niña le miraba con los ojos llenos de lagrimas, ella recorre en cuatro pasos, tantos  como años tiene, el espacio que la separa de él, y se sienta a su lado, muy derecha, todo lo que su infancia le permitía, y le mira piadosamente.

- Los siento 'airo - la voz angelical demostraba tanto sufrimiento como el que él mismo sentía.
- No te preocupes mi reinita bella, estaba vieja, todos los viejos se mueren algún día. - enrolló lo mejor que pudo la serpiente y la metió en una bolsa de tela que le regaló su abuela.
- ¿La 'güela también se va a morir? - le preguntó con los ojos abiertos de par en par, como si temiera que el evento fuera en ese momento.
- No que va, si para eso hace falta mucho. - le dice con un tono de despreocupación intencional para evitar asustar a la niña, a la vez que mira al interior de la casa.
- Vamos, reinita, echemos la culebra por un cerro para que sirva de comida a la vida nueva. - tomando de la mano a la niña y tirando de ella para caminar por el camino que conducía a la salida del barrio. Al llegar al lugar que consideró mas apropiado, lanza el paquete cerro abajo y se queda mirando un rato, vuelve a tomar la mano de la niña pero ella protesta.
- ¿Vea, 'airo, usted no piensa rezar? - su cara de enfado demandaba inmediata respuesta.
- No mi reinita, a los animales no se les reza - al ver la expresión de poco entendimiento de la niña, termina extendiendo la explicación -  es que los animales no tienen espíritu y los rezos son para el espíritu. 
- ¡ja! Pero sí tienen sentimientos - La voz no era la infantil voz de la niña, era gruesa y como si viniera de unos audífonos, nítida, sin ruidos, dio media vuelta y ahí estaba un perro Pastor Alemán sentado sobre sus cuartos traseros mirándole con indignación.
- ¿Pero que carajo? ¿Reinita usted sabe de quien es ese perro? - le pregunta a la niña ignorando al perro completamente.
- No 'airo, pero está muy bonito, ¿nos lo podemos quedar? - respondía alegremente a la vez que abrazaba sin temor el cuello del perro que le superaba en altura.
- No, no podemos, no sabemos de quien es y la abuela se va a enojar si se entera que nos robamos un perro. - Aunque sabía que a la abuela no le iba a importar, siempre preferiría un perro a una culebra.
- Yo no tenía dueño - dijo la voz esta vez sonaba mas a un ladrido que a una voz ronca, pero con una fuerte nota de alegría.
- ¿Como que no TENÍA dueño? ¿Acaso consiguió dueño mientras estamos acá? pero primero me dice porqué le entiendo - Pero no estaba sorprendido, el sabía que podía comunicarse con la serpiente o al menos que ella siempre entendía lo que él le decía, pero jamás le había respondido.
- ¿Y que no lo hace todo el mundo? - jadeó la voz al mismo tiempo que el perro se levantaba y se ponía a su lado - Mi amo eres tu - Jairo miró al perro unos instantes, le tomó la mano a la niña y se puso en marcha a la vez que le dice:
- Vamos a casa mi reinita, tenemos perro nuevo - y la niña saltó tomada de la mano de Jairo gritando de alegría.
- ¿Y este animal de quien es? - preguntaba la abuela desde el portal de la casa, ataviada con un vestido de una sola pieza hasta los tobillos, estampado de flores, a la vez que se ajustaba el poncho alrededor de los hombros.
- Es nuestro 'güela. Lo conseguimos cerca del cerro donde tiramos la culebra. - gritaba la niña a la vez que saltaba y abrazaba al perro, que se dejaba hacer dócilmente.
- Jairo, te vino a visitar el señor Benancio - le dijo su abuela a la vez que ponía una cara de desagrado como si un olor desagradable pudiera salir de ese hombre.

   El joven entró a la casa seguido del perro y de la niña, la abuela se quedó en el portal mirando la calle en una y otra dirección, avistó a una vecina y le hizo una seña para indicarle que estuviera atenta a cualquier eventualidad en la casa, se volvió y entró al calor y poca luz del hogar que consistía en tres espacios uno para cocinar, otro con una mesita y algunas silla baratas de madera, este el último separado del resto por una cortina de tela cuidadosamente elaborada donde dormían los tres.  En una silla junto a la mesa estaba un hombre de facciones indígenas, de poco pelo, piel cobriza, estatura media y un ojo ciego, en blanco, producto de alguna pelea de juventud, vestía un traje barato que no se ajustaba a su talla; al ver entrar a Jairo el hombre se puso de pie. 
- Tienes un trabajo nuevo - le dice a Jairo sin miramientos, ni saludos, ni protocolos.
- ¡Ay que pena su mercé! Pero ya no puedo hacer trabajos, se murió la culebra. - al mismo tiempo mira el suelo de barro pisado, como si esperara verlo llenos de lágrimas en cualquier momento.
- ¡Que pena ni que carajo! Usted me hace el trabajo, o usted se vuelve el trabajo, o su abuela o su hermanita. - El hombre apuntaba la niña, que abrazaba al perro con los ojos llenos de miedo antes los gritos de aquel tipo horrible.
- Este hombre apestoso, huele a muerto, le voy a morder tan duro que no volverá jamás a meterse con mi amo. - la voz era un gruñido fiero e intenso - ¡No! -  Dijo Jairo al perro, pero el hombre lo interpretó como una negativa a su demanda.
- ¿Como que no? Niño, ahora vas a ver como me cargo a la niña para que aprendas, para que sepas quien manda, y si haces algo, a ti también. - el hombre se llevó una mano al interior de la chaqueta del traje, ¡BAM! El ruido metálico de la sartén al chocar con la cara del hombre fue acompañado de un par de dientes y sangre, ¡BAM! repite el ruido, pero sumado a otro como el de un trozo de madera cuando se rompe y el cuerpo del hombre se desploma.
- ¡Abuela! ¡Pare! ¡Pare! - Pero Jairo no hizo el intento de quitarle la sartén a la abuela.
- ¡Otro! ¡Otro! ¡Me gusta esta señora! - Ladraba el perro con obvia excitación.
- Jairo toma a tu hermana y vete a casa de tu tía en Venezuela - a la vez saltaba sobre el cuerpo tendido en el piso y corría a la habitación para luego salir con un fajo de billetes, documentos de identificación y un pedazo de papel.
- Toma hijo, toma, corre y no digas a donde vas, no te preocupes por mi, ya estoy vieja no me harán nada.     
   Él tomó el dinero, los documentos y vio que en el papel había anotada una dirección en Caracas, sujetó a la niña de la mano y caminó rápido a la puerta, una vez junto a ella se voltea y mira al perro 
- Cuida a la abuela. - El can movió la cola en señal de afirmación.
- Corre, hijo corre y no use mas animales para matar, búsquese un trabajo honrado, Dios lo bendiga y me lo cuide. - Las lágrimas de la abuela caían sobre el suelo de tierra pisada; Jairo se juró así mismo nunca mas desobedecer a esa mujer que sabía cosas de él que jamas había contado a nadie y sin embargo le había dado tanto amor.


lunes, 3 de junio de 2013

El color de la vida es rojo


   La habitación que ocupaba desde hace un lustro era oscura, alguna vez las paredes fueron blancas, pero ahora eran grises con manchas de las que no recordaba su origen y probablemente era mejor así. Un persistente olor a humedad, orines y heces impregnaba el ambiente, había mucha humedad y calor, la única pequeña ventana que poseía la habitación jamás era abierta.  La habitación era lo suficientemente grande para que cupiera su catre, una pequeña mesita y la silla donde diariamente se sentaba la odiosa enfermera que le alimentaba, porque él estaba muy débil para hacerlo por sí mismo, la humedad, falta de ventilación y el poco aseo que le prestaban habían reducido su salud al mínimo. Habían días que soñaba con una muerte silenciosa en la cama, y otros en los que se sentía un poco mas fuerte y soñaba con asesinar a la enfermera, sin embargo, hoy no era uno de esos, apenas un hilo de luz entraba por la ventana tan sucia que parecía cristal biselado, y el hedor de heces de su entre pierna era comparable con el de la comida en mal estado que le presentaba la malvada enfermera en la bandeja que disponía en frente a él.

    Con sus ochenta años cumplidos, Bryan suponía que solo había algo en la vida que le iba a sorprender y podía ocurrir en cualquier momento, sobre todo en ese patético asilo, donde la ausencia de salubridad, la alimentación deficiente a los internados y sobre todo la falta de cariño a los mismos, aceleraban el evento. Estaba sentado en una silla de ruedas en un estado tan deplorable que no podría hacerla rodar aunque tuviera fuerzas, sobre su regazo una bandeja con un plato lleno de algo que se suponía debía comer, y que comería porque la fuerza de la enfermera era mayor que la suya y no quería sufrir heridas en las encías cuando esta le forzara la cuchara en la boca, así que se dejaba someter. Bryan odiaba esa mujer, siempre se imaginó como sería si los papeles se invirtieran, la imaginó indefensa, desdentada, se imaginaba así mismo cerrando la puerta de la habitación y forzándola a chuparle el pene con esas encías que no podían lastimarle. Algunas veces sentía que era lo suficiente fuerte para imaginar que podía someterla y penetrarla a la vez que la mordía salvajemente, otras veces soñaba que lo cortaba los pezones y le lamía la sangre que brotaba de las heridas en los senos.


- Hummm - se quejó


- ¿que te pasa viejo? Te toca comer la misma mierda de siempre, ya deberías estar acostumbrado - le espetaba la enfermera a la vez que sonreía con frialdad.


    Extrañaba ser joven, ser aquel guapo hombre que deambulaba por las noches de cualquier ciudad del mundo, conquistando bellas mujeres, mujeres no tan bellas, o en realidad a cualquier mujer, para luego llevarlas a un hotel, una discoteca, un antro cualquiera, tener sexo con ellas, quisieran o no, y algunas veces llegar al orgasmo mientras le mutilaba un labio, una oreja o hasta el pezón con los dientes. Una vez mató a una de sus conquistas, aún recordaba la potencia de la erección, la fuerza de sus brazos, cuando sujetaban a la mujer, recordaba que la penetró y ella gritó; tomó el cenicero de la mesita de noche y le golpeó el rostro y se hundió más en ella y con un beso probó la sangre de la mujer, luego aflojó la cintura, aquello casi le hizo acabar, vio el rostro deformado y volvió a embestir, con el pene su vagina y con el cenicero la cara ya mutilada y acabó en un orgasmo que pocas veces había tenido en su vida, y ella murió asfixiada por su propia sangre; él se levantó y fue a lavarse al baño, al verse lleno de sangre frente al espejo tuvo otra erección y regresó a la cama y penetró el cadáver hasta que volvió a acabar; entonces descubrió que el cuerpo inanimado no le producía placer, se sentía fuerte, vigoroso, como nunca antes lo había sido, pero sabía que esa experiencia no debía ser repetida. Se duchó, vistió y observó el cuerpo en la cama de sábanas que antes eran blancas y ahora estaban teñidas de rojo, no sentía remordimiento, tampoco placer en lo que veía, simplemente lo consideraba el resultado inevitable, el precio del placer, y nunca más mató a otra mujer. Ël se conocía muy bien, sabía que si flaqueaba en eso, podría convertirse en un vicio. Pero de eso ya hace tanto tiempo, en una ciudad tan lejana, ahora estaba aquí en un geriátrico, decrépito, desdentado, débil, solo podía soñar, solo se permitía soñar con la vida que llevó cuando fue joven.

La enfermera cortaba con el cuchillo un poco de la carne, Bryan observaba, era un pedazo muy grande para poder masticarlo, podría ahogarse fácilmente.

"Me quiere matar"

- Vamos señor Bryan abra la boca, que necesita comer carne, usted sabe, por la proteínas.


   Él levantó la mano para sujetar el brazo de la enfermera, pero esta se deshizo del agarre con brutalidad y le obligó a colocar la mano sobre la bandeja, luego lanzó el tenedor hacia la boca del viejo, esta vez decidió poner resistencia, lo cual provocó una reacción de sorpresa, seguida de ira en la enfermera.

- Bueno viejo, ¿ahora te vas a poner rebelde? - susurró con un tono de disgusto no disimulado.

- No. - dijo apretando los labios.

- Abre tu boca hedionda que quiero salir de aquí temprano.

-No. - gimió y apretó mas lo labios

- Hoy voy a tirarme a mi novio hasta dejarlo seco y necesito ir a comprar un poco de afrodisíaco, pero de ese blanco que no venden en todos lados - y hundió con fuerza en tenedor en la boca del viejo - a lo mejor te traigo un poco para que estires la pata con una sonrisa en la cara, aunque pensándolo mejor, sería excelente que te murieras esta noche, así tendría el día libre mañana.

- ¿Lloras viejo? Qué blando eres, ¿como es que llegaste a viejo? eres patético, encerrado aquí, sin familia alguna que te cuide, supongo que eras impotente o algo así que nunca preñaste a una mujer, a lo mejor no te gustaban las mujeres, seguro que te gustaba un macho que te hiciera sentir como una dama.

- Maldita, me tiré a mil mujeres y ninguna fue tan puta como tu. -dijo débilmente

    La verdad, es que si había tenido una vida sexual anormalmente activa, era rara la noche en que no había llevado una mujer a la cama. Solo amó a una mujer en toda su vida, pero ella había entregado su cariño a aquel guapo político, de carrera prometedora, que era tan hábil en la forma de tratar a los otros que seguramente sería presidente o algo mejor. Bryan lo comprendía bien, aquel joven era lo que él nunca sería, sin embargo, el joven político también se ganó su corazón y le amó con sinceridad, un día no aguantaba más, decidió que debía confesar a ambos que los amaba, y al llegar a la casa de la pareja, consigue las puertas abiertas, al entrar, la escena en la sala principal le arruinó la vida, los seres que mas había amado en su vida yacían sentados en el sofá, abrazados, bañados por su propia sangre que aún emanaba de sus cuellos abiertos de lado a lado, desde entonces no hubo otro amor en su vida.

- jajaja viejo tu si que eres ocurrente, a lo mejor te cojo y te mueres en el proceso, te haría doble favor - el tono chillón le desesperaba y lo llenaba de ansiedad.

Al anciano le temblaba el pulso, le dolía la boca por culpa del tenedor que la enfermera forzó en ella, también sentía un creciente dolor en el pecho.

"Me voy a morir aquí y ahora, por culpa de esta perra."

La ira invadió todo su ser, y sin saber como sujetaba el cuchillo que estaba en la bandeja y como si toda su fuerza se estuviera concentrada en su escuálido brazo tensó todos los músculos.

"Mi primer y último acto de justicia en esta vida, no vas a joder a ningún otro viejo, puta."


   Y lanzó el cuchillo a la garganta de la enfermera, se clavó limpiamente y sin detener el movimiento cortó la tráquea y emergió libre junto a un chorro de sangre que le bañó el rostro. Débil, con la respiración entrecortada, la sangre corriendo por su cara caía en su boca, recordó la noche de la chica que asesinó, recordaba la fuerza que sentía, su virilidad activa, el sabor de aquella sangre, recordaba como había gozado mientras jugaba y bebía de la sangre de aquella mujer. No sabía cómo era posible pero ahí estaba de rodillas con el rostro hundido en el cuello de la degollada, él alzó la cara, chorreando sangre por la boca, se levantó y se lanzó por la ventana.

- Jajajaja - reía como un niño y como desquiciado a ratos, se sentía libre, feliz, fuerte.

No sabía cómo era posible pero estaba corriendo, corría por el monte, recordaba los ojos de la puta enfermera como suplicaban y como le produjo una erección y como se empujó él mismo a beber la sangre directamente de la herida en el cuello, pero de algo estaba seguro, quería más, necesitaba mucho más.