jueves, 16 de enero de 2014

Psicodelia

    Era un lugar donde las paredes y techos parecían no estar bien definidas, ni en forma, ni tamaño, ni distancia ni colores, a veces eran un arcoíris, a veces eran cuadros concéntricos, a veces era como ver un a través de un caleidoscopio, no hay norte, no hay sur, no hay ventanas, ni fuentes de luz, pero todo es brillante, en el centro de la difusa habitación estaba él, vestido de blanco, inmóvil, no porque estuviera atado, no porque quisiera quedarse quieto, muy por el contrario deseaba salir corriendo, pero no podía, sus piernas no respondían, solo tenía esta sensación que se esparcía por todo su cuerpo que se originaba en el centro de su pecho, como una descarga eléctrica, constante que entumecía sus dedos luego sus  tobillos, rodillas y muslos; esta misma sensación  le recorría los brazos y les hacía colgar inertes a los costados, un sentimiento de desesperación encarnado y producido por la misma desesperación que nacía en su corazón. Le dolía pensar, pero no podía dejar de hacerlo, pero pensar no es razonar, su razonamiento era vago e inconexo. Si pensaba los colores de las paredes se animaban aún mas y sus ojos le escocían, pero no podía llorar, lo cual le aumentaba su desesperación, y la esta a su vez aumentaba todo malestar. En ese estado de ansiedad deliraba, frente a él ahora había un puente era de madera, inestable, lo invitaba a cruzar pero no sabía a donde iba, el temor y terror de la incertidumbre le invadía y lo paralizaba aún mas. Él miraba el puente que tenía pasamanos de madera pulida, hermosa, fina, como las que se ven en esos muebles franceses antiguos y elegantes, en las tablas del piso del puente hechas de madera similar, se enroscaba una hermosa enredadera de hojas verdes perfectas y zarcillos abundantes, exquisita, delicada, de flores pequeñas pero llenas de belleza, parecían estar en constante movimiento, la enredadera trepaba hasta el pasamanos y se enroscaba de una forma muy seductora, como una amante devota en el cuerpo de su amado en una noche fresca; adornando de flores el pasamanos cuya seguridad se veía disminuida por la belleza de la intimidad que exhibían. Era difícil decir donde terminaba el puente, él sabia que antes ese era su puente, pero ahora no podía cruzarle sin arruinar la belleza del cuadro que tenía enfrente, el quería ser de madera para que la enredadera fuer tras de él también, pero solo tenía hilos de oro en la mano, que el pasamanos del puente recibía alegremente para ser ornado, pero no tenía el movimiento, las flores y los perfectos zarcillos que amorosamente se aferraban a la madera. Él sabia que no había suficiente oro para que el puente le permitiera eternamente el paso por siempre, y ahora ya no veía a donde el puente llegaba. Y las paredes se llenaban de colores y el calambre dominó sus piernas y cayó de rodillas, pero no podía llorar, porque la desesperación había invadido sus ojos. Los colores desaparecieron el puente se alejaba, lentamente se perdía en la misma infinita distancia que ya no podría cruzar, el puente y la enredadera una se amaban y él los deseaba, desea su intimidad, desea su cariño, quería ser parte del cuadro quería ser como los cables del puente y soportar lo tablones, y permitir ser invadido por la enredadera, pero no sabía como o si era posible. El blanco cubrió las paredes de colores, frío y estéril, nubló su visión. 

En medio de la selva yacía Brayan, pero ya no era el mismo, ya no era un viejo débil y desdentado, era un hombre maduro lleno de fuerza, estaba tumbado inconsciente al lado del cadáver de un campesino al que un burro le había destrozado el pecho y la cara con una coz, pero había muerto desangrado, había perdido toda la fuerza vital a manos de un anciano loco, que ya no era anciano, que en ese instante abría los ojos en medio de la selva, unos ojos profundos y negros que expresaban un odio, odio que solo podría ser aplacado por la venganza. Brayan ya no solo tenía un pensamiento fijo en mente, él completo era el resultado de una obsesión: dar muerte a los que asesinaron a sus seres mas amados. Allá en la selva, Brayan estaba echado en el suelo lleno de musgo húmedo y hediondo a descomposición vegetal y sangre fresca, mirando un techo verde esmeralda, con el cuerpo lleno de una nueva energía y, la mente de una nueva resolución y el recuerdo de unos amantes cuya belleza fue interrumpida y negada para él, tumbado en la selva había una bestia sedienta de sangre, con un corazón que vació todo el amor para llenarlo de odio. Los ojos negros de Brayan parpadearon una sola vez y la selva se llenó de un susurro y él ya no estaba inmóvil, volvía a correr furiosamente, en busca de su próxima victima.

lunes, 13 de enero de 2014

Asfalto



Abraham no era huérfano, ni provenía de un hogar que se estuviera disolviendo, ni en problemas, todo lo contrario, en su casa era muy amado, hasta admirado, a su corta edad es la persona que unifica criterios en la casa donde viven sus padres y hermanos, varias veces al año deja su ocupada vida para dedicarle algo de tiempo a su familia, a organizarla, a resolver disputas, a ayudar en el mantenimiento físico de la misma, hoy estaba orgulloso de haber pintado su casa en poco tiempo. Y se sentó con una cerveza en la mano estirando las piernas, recordando que hace siete años atrás había abandonado esa casa porque necesitaba independencia, donde nadie pudiera decirle como llevar su vida. A los quince años fue una persona resuelta y determinada a llevar una vida plena sin importar el contexto social. Recordaba como había llegado a Caracas, solo con un morralito, la cara de niño y quinientos bolívares, por un tiempo durmió en un lúgubre hostal donde le alquilaban habitación por noche a un precio ínfimo, pero el poco dinero que tenía solo le garantizaba diez días de cobijo, sin alimentación, su primer golpe fue como conseguir sustento, vagando por las calles un día conoció a unos muchachos de piel oscurecida de tanto pasar el día bajo el sol caraqueño, entre esquinas y semáforos, entre carros y autobuses, haciendo maromas y lanzando objetos al aire en un acto circense callejero, ahí aprendió el arte del malabarismo y el equilibrismo sobre un monociclo. Era muy hábil, solo había dejado caer un pino una vez, y fue en su primer intento, después de eso nunca mas un objeto se le había caído. Un día mientras practicaba en una esquina de una plaza, una nueva rutina muy compleja, un joven se le acerca, Abrahan ya se había fijado en el muchacho, pero nunca hacía un primer movimiento, siempre esperaba que fueran hacia él, siempre estaba confiado en su carisma, no desconocía es cualidad suya por el contrario la usaba muy seguido. Ese día el muchacho resultó ser un productor de teatro que lo observaba y había decidido incluirlo en una nueva obra en la que habían momentos en que se efectuaban espectáculos de circo. Jorge, no solo recogió un artista callejero, pronto se dio cuenta que era un excelente actor y al poco tiempo Abraham protagonizaba obras de los mas talentosos escritores nóveles de la movida teatral Caracaqueña.

Estiró los brazos para desperezarse, casi hace que se le derrame la cerveza pero con una floritura de la mano logra que todo el líquido vuelva a entrar en la botella. Estaría tres días en Barinas, luego volvería a la capital, y vería a Jorge y le contaría que su madre le compró la última colección de discos de Coldplay como regalo de navidad, estaba seguro de que él le regañaría por beber tanto, pero valía la pena, hoy sus amigos de la infancia lo vendrían a  buscar e irían a una disco, que en realidad no era mas que un bar grande, pero era una ciudad de campesinos y vaqueros versión latina, claro que Jorge no se enteraría de esto, después de cuatro años él lo conocía muy bien y sabía que desaprobaría la intensidad de la juerga a la que se iba a someter y le armaría un rollo, Abraham, es impetuoso, dinámico, lleno de energía, tanta que requiere pasar el día realizando muchas actividades porque en el momento en que no drene ese exceso experimentará estrés por ansiedad.

"La noche será larga y divertida, debería comer algo para aguantar mas" - pensó y se levanto del cómodo sofá azul de tela parecida al terciopelo, que le invitaba a volver como la novia que con brazos abiertos que llama al amante para que regrese a ella. Apartó la mirada del sofá, la imagen no le desagradó, pero se confundió no era lo usual en él. Dejó la botella de cerveza en una mesita contigua, sonrió y caminó hacia la cocina. Sobre el mesón principal su madre había dispuesto los cuchillos de la platería especial de navidad para ser usados en la mesa de noche buena, siempre le habían gustado esos cubiertos, plateados, con un bajo relieve que asemejaban enredaderas. Sus pensamientos divagaban entre los recuerdos de sus tiempos en el circo, la noche de alcohol y sexo que el esperaba, Coldplay, Jorge ... Un fuerte golpe lo saca de su ensueño, alguien golpeaba la puerta de la cocina, un segundo golpe muy fuerte en la sala, oye a su madre gritar, un tercer ruido invade la cocina, la puerta se abre repentinamente, soltado pedazos de madera, un hombre armado con una escopeta está de pié en el umbral de la puerta cocina, no hay tiempo para pensar, sin saber como, tenía un puñado de cuchillos en la mano y en un rápido y continuo movimiento lanza dos cuchillos que entran limpiamente en las cavidades oculares del asaltante que se desploma silenciosamente, Abraham oye el chillido de uno de sus hermanitos, y a una voz desconocida llamar al otro asaltante que aparentemente se llamaba Carlos, cuando estaba en vida. El chillido de su hermano lo impulsa a ir a la sala, aun conserva varios cuchillos en las manos. Apenas entra a la sala nota a su madre arrodillada, en el piso el cuerpo inmóvil de su padre y su hermano menor abrazando a su madre que tiembla sin control. El asaltante que era de contextura gruesa, calvo y tenía la nariz como un brócoli, levantó y apuntó el arma hacia Abraham, el ambiente olía a asfalto caliente, como cuando hizo su primera presentación callejera, cerca de una avenida que estaban pavimentando. Vio como se tensaba el dedo de Brócoli, así lo bautizó en su mente, sabía que iba a disparar, Abraham se inclinó a la izquierda un poco, tropezó la mesita que tenía la cerveza encima, esta se tambaleó y cayó, un brazo de Abraham salió disparado en busca de la botella, el otro en dirección al asaltante, bang, sonó la pistola, sintió un zumbido muy cerca de su oído derecho luego un golpe seco en la pared a su espalda, el frío de la botella de cerveza en su mano, ni una gota se había perdido, la mesita estaba estable otra vez, y un silencio profundo en la habitación solo interrumpido por un gorgoteo que provenía del piso, donde yacía Brócoli con un cuchillo clavado en su garganta, mirando fijo al techo con una expresión de desesperación por no poder sacarlo de su cuello, ahí moría Brócoli, ahogado por su propia sangre una noche de diciembre que olía a asfalto caliente, Abraham tomó su cerveza y se sentó en el sofá, acarició la tela y lloró, jamas había pensado en matar a nadie en su vida y eso le dolía porque lo había hecho, no una, sino dos veces, su madre vio la cara de desesperación de su hijo corrió a abrazarlo y lloraron los dos, hasta que llegó la policía.